La meditación tiene un impacto positivo en el cuerpo y la mente, según confirman expertos que han estudiado sus efectos en quienes la practican. Han encontrado que favorece el control de las emociones, el afrontamiento del estrés y la reducción de la ansiedad.
Nazareth Castellanos, una neurocientífica española que trabaja en un laboratorio vinculado a la Universidad Complutense de Madrid, lidera un equipo que investiga la conexión entre el cerebro y el cuerpo durante la meditación.
“Estudiamos tanto a personas que meditan como a personas que no meditan, y analizamos la relación entre los órganos y el cerebro, con especial atención a los que meditan”, explica. Su estudio se centra en los beneficios de la meditación moderada, a diferencia de otros que se han hecho con grandes meditadores, que suelen vivir en monasterios y dedicar su vida a esta práctica.
“Yo también participé en esos proyectos, en Estados Unidos”, comenta la científica. Lo que han descubierto es que meditar de forma regular y moderada ayuda a gestionar las emociones, a no reaccionar de forma impulsiva, a manejar mejor el estrés y a disminuir la ansiedad y la soledad, que son problemas muy comunes hoy en día. “También observamos el efecto arrastre de la meditación: cuando empezamos a meditar, aprendemos a cuidarnos más, y esto surge de forma natural.
Tiene que ver con el respeto y la amabilidad hacia uno mismo, que es algo que me gusta mucho”, dice. ¿Qué tipo de meditación es más efectiva y con qué frecuencia se debe practicar? La meditación más efectiva es la de observación ecuánime de la respiración. Consiste en sentarse a observar la respiración y las sensaciones del cuerpo, sin juzgar, sin analizar, sin pensar, solo escuchando.
Con esta meditación, media hora al día, cinco días a la semana, se producen cambios en el cerebro. Si no estamos habituados a hacer esta meditación, podemos hacer una meditación informal, que consiste en traer nuestra atención al momento presente a lo largo del día. Es observar lo que está ocurriendo, y volver al presente. Lo importante es hacerlo de forma ecuánime, sin emitir juicios sobre lo que nos pasa. Así, en ocho semanas se pueden ver cambios anatómicos en el cerebro.